Vinos de película

Con el documental Mondovino, admitido a última hora en la sección oficial del reciente Festival de Cannes, el vino se sitúa de nuevo en el centro de la escena mediática internacional. Hasta ahora, el mundo del celuloide se había ocupado de esta milenaria bebida como un mero soporte para el argumento de las historias más diversas. Seguramente, el lector se acuerda, sin ir más lejos, de Jack Nicholson en la inquietante Sangre y vino, valiéndose de su condición de experto vendedor de borgoñas y burdeos a domicilio para perpetrar un robo en compañía de un impagable Michael Caine en el papel de viejo ladrón asmático y de una deslumbrante Jennifer López que por entonces daba el salto definitivo a la pantalla grande. En Mondovino, el joven realizador Jonathan Nossiter –también sumiller en ejercicio– disecciona el pequeño cosmos del vino y plantea abiertamente lo que hasta el momento no era más que una polémica entre selectos círculos de iniciados en las artes báquicas: los artesanos frente a las multinacionales, la tradición frente a la modernidad, el vino de terroir frente al vino globalizado sin señas de identidad. Personajes célebres de la gran pasarela enológica, desde Robert Parker hasta Michel Rolland, desde los Mondavi hasta la poderosa saga Antinori, enfrentan sus testimonios a los de pequeños elaboradores amenazados por las últimas tendencias del gusto estándar y “políticamente correcto”. Gracias a la película, desigualmente acogida por la crítica (Carlos Boyero, de El Mundo, la calificaba de interesante, aunque añadía que tras casi tres horas de proyección le dieron ganas de salir corriendo a beberse una botella o dos), sabemos que una simple copa de cariñena puede esconder todo un universo de pasiones, intereses encontrados y guerras de poder. Algo parecido a lo que Anthony Bourdain nos desvelaba en su célebre libro Confesiones de un chef sobre la no siempre “inocente” trastienda de los fogones.

Cine y vino vuelven a cruzarse, mire usted por dónde, en la castellanísima comarca de Toro, esta vez de la mano de Gerard Depardieu, el rey de la escena francesa, quien ha anunciado en el próximo otoño una visita para inaugurar la bodega que ha montado con su amigo Bernard Magrez y que viene a ensanchar el emporio vitivinícola del intérprete de Novecento, con propiedades en la Borgoña, el Médoc, el Loira (Anjou), el Languedoc y un sólido proyecto de establecimiento en el Priorato catalán, según informa el diario La Vanguardia. Toro, depositaria de siglos de tradición vinatera, pero que no sacó del armario su vocación de estar entre los grandes hasta hace escasamente un lustro, continúa su escalada hacia la cresta del vino hispano y todo parece indicar que va a seguir subiendo en un futuro próximo. Al menos ése era el clima que se respiraba a finales de abril bajo los soportales del hermoso claustro del Hospital de la Cruz, escenario de la segunda edición de la feria Vintoro, en la que, por cierto, sólo faltaban las tres grandes estrellas locales, es decir, Pintia –Vega Sicilia–, los Eguren –Termanthia y Numanthia– y Mariano García; ¿qué les ocurrió? Se hablaba sin parar del inminente desembarco de Michel Rolland, a quien alguien ha llamado el Spielberg del vino –hoy parece que toca hablar del séptimo arte–, y también corría la noticia de que la familia Torres ha terminado de deshojar la margarita y, definitivamente, deciden instalarse en el último tramo del Duero español. Esos escenarios zamoranos en los que Sofía Loren y Charlton Heston alteraban el curso de la historia (El Cid Campeador), estupendamente dirigidos por Anthony Mann entre las murallas de Avila y los estudios Samuel Bronston de Madrid. Sin duda, hay meses de cine para el vino.

(Fuente: José Ramón Martínez peiró (Revista Sobremesa Nº 225 – Junio de 2004)